El penal de Valdenoceda albergó durante siete años (1938-1945) a más de tres mil presos republicanos que malvivieron en condiciones infrahumanas en una antigua fábrica de sedas que el régimen Franquista transformó en una de las cárceles más cruentas de toda España. Bajo los muros de este inmueble caminaron, durmieron, penaron y soñaron presos llegados desde rincones tan dispares como Lugo, Córdoba, Albacete y localidades cercanas como Villarcayo o Pancorbo, ambas en territorio burgalés. Sesenta y seis años después de que el último preso saliese por la puerta del penal, recorremos los rincones, la mayor parte de ellos en claro peligro de derrumbe, del que muchos apodaron como «el penal de los inocentes o el de los olvidados».