Cuando los americanos sobrepasaban las Ardenas y entraban por el sur y los rusos llamaban a las puertas de Berlín en las postrimerías de la segunda hecatombe mundial, aún el criminal maestro de la propaganda Goebbels seguía convenciendo a sus ilusos y fanatizados alemanes del triunfo nazi y de la inminente derrota aliada, inventando armas secretas, fantaseando Cuerpos de Ejército inexistentes en rápido regreso a la patria o desvariando sobre irresistibles contraataques…