Luisa Moya Morón y Antonio Espada Pabón, ambos creyentes católicos, se amaron y respetaron en la prosperidad y en la adversidad, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad. Todos los días de su vida. Pero lo hicieron en la intimidad, sin boda, sin ceremonia, sin curas. Él era viudo y ella, casada, fue abandonada por su primer marido, que viajó a Argentina en busca de un futuro mejor. Con él se llevó al mayor de sus tres hijos. Acababa de estallar la I Guerra Mundial y la vida siguió dura, árida y penosa en Villanueva de San Juan, el pequeño pueblo de la Sierra Sur de Sevilla donde Luisa, sola con sus dos niñas pequeñas, se ganaba la vida poniendo inyecciones, atendiendo partos, salvando a animales, amortajando cadáveres… Ni de su primer marido, ni de su hijo mayor. Nunca más tuvo noticias.