En aquel momento muchos, entre otros el ministro de Gobernación, Rodolfo Martín Villa, y el vicepresidente Alfonso Osorio, pensaron que la transición podría descarrilar en medio de la violencia. Sin embargo, al final, el asesinato de cinco abogados laboralistas en un despacho de la calle Atocha, 55 de Madrid, el 24 de enero de 1977, significó todo lo contrario: la confirmación de que, por mucho que el terrorismo lo intentase, los demócratas no iban a responder con armas a las armas. La aportación de los abogados asesinados aquella noche así como la de sus asesinos, pese a que pretendían todo lo contrario, fue la conquista de la libertad. «Sirvió sin duda para consolidar el camino a la democracia», explica Alejandro Ruiz Huerta, el único de los abogados que estaba aquella noche en el despacho que sigue con vida. Sobrevivió porque una bala chocó contra un bolígrafo Inoxcrom que llevaba en el bolsillo. «El ADN de la democracia está en Atocha. Siempre he creído en la reconciliación, por eso no pedimos la pena de muerte en el proceso».