El abismo recorría la vida cotidiana de aquellos hombres, miles de prisioneros en el campo de concentración de La Isleta, una zona volcánica que un día fue isla, el islote indígena con aquella playa, El Confital solo traspasado en su frontera natural cuando había rituales mágicos asociados a la muerte, a las ofrendas al dios Magec en épocas de sequía o temporales de arena africana.