Al comenzar la década de los 60 Alemania, en plena recuperación económica y moral tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial, se las prometía muy felices. Tanto como para ignorar la verdad de su historia reciente, como para no tener noción del pasado, como para desconocer lo que sucedió durante el Holocausto. El país sólo tenía futuro: quería mirar para adelante y olvidar el olor de las bombas y el sabor del sometimiento. Muchos de los asesinos nazis más despiadados desaparecieron entre bambalinas para desprenderse del uniforme y reincorporarse discretamente a una sociedad que solo quería crecer y volver a sonreír.