Aquella noche de la primavera de 1939 los falangistas entraron en casa de los Moleón Contreras con ese aire de huracán que tienen los golpistas. Andaban buscando a Ricardo Moleón Martín, el secretario del Juzgado de Guadix, un republicano al que no se le conocía más pecado que el de sus ideas. Franco había ganado su guerra y en aquel hogar se acababa de estrenar la derrota.