Serafín Garrigós Satoca

Yo nací en el año 1920 en casa de mis abuelos maternos, que eran labradores de una finca ubicada en una pedanía perteneciente a Orihuela con los que viví mis tres primeros años. El motivo de vivir con mis abuelos era porque mi padre estaba en la guerra de Marruecos. Cuando mi padre vino licenciado nos fuimos a vivir a otra casa que estaba encima de una colina, a un kilómetro de distancia de la de mis abuelos. Pasado tres años nació mi hermano y otros tres más tarde, mi hermana.        

Mi padre se dedicaba a la poda de pinos y otros árboles, cuyas ramas cortadas y hechas haces eran empleadas en las caleras, yeseras y en los hornos de cocer el pan. Cuando llegaba el verano se formaban cuadrillas que marchaban a la siega  por los inmensos campos de Castilla la Mancha, siega que se hacía a mano con una hoz. Este trabajo duraba 30 o 40 días, se trabajaba a destajo y le reportaba unas pesetas que servían para trampear el año, pues lo de leñador no era fijo y, además, muy peligroso y agotador por tener que trepar por los pinos como los monos, después sostenerse con una mano y con la otra cortar las ramas y a una altura considerable, con jornadas de diez y doce horas, además de tener que caminar una o más horas para llegar al tajo. Todo eso y más se tenía que hacer para no morirse de hambre. ¿Qué lejos está de lo que ahora se llama un trabajo digno?.Cuando yo tenía 8 años mi padre se lesionó en una pierna que le obligó a estar unos días sin poder ir a trabajar (y si no se trabajaba no se comía), entonces decidió que yo le acompañara para ayudarle, por los menos a reunir las ramas que él cortaba, llevándolas a rastras a sitios planos donde él las pudiera hacer haces con una sogas que nosotros mismo confeccionábamos con esparto, que por allá abunda bastante. Cansado de  aquella vida y aquel trabajo tan duro y viendo mi impotencia para realizar aquel trabajo, decidieron trasladarse a vivir a Cornellá, donde mi madre tenía un hermano. Llegados a Cornellá nos encontramos con mi tío enfermo de cáncer y con tres hijos pequeños, por lo que era imposible que nos albergara en su casa, pero si lo hizo una prima de mi madre que vivía en la misma escalera, la cuál tenía un hijo que trabajaba en la Unión Vidriera Nº 7, que así se llamaba la ELSA, y me fui con el a pedir trabajo, fue tan rápido que en aquel momento me admitieron y me quedé a trabajar al segundo día de estar en Cornellá, justo tenía 9 años, un mes y once días.A los pocos meses ya pudimos alquilar una casa en la calle Marqués de Cornellá, pues con las once pesetas que yo cobraba y una parte de lo que cobraba mi padre y también mi madre, podíamos pagar el alquiler y tener nuestra casa, que no tenía luz (nos alumbrábamos con velas y un quinqué), tampoco tenía agua corriente, pero tenía un pozo en un patio muy hermoso, del que sacábamos el agua con una bomba de pistón, este patio nos permitía tener animales como: gallinas, conejos, algún pato.En el horno del vidrio los pequeños sólo trabajábamos seis horas repartidas entre la mañana y la tarde, yo hacía dos por la mañana y cuatro por la tarde, lo que me permitía que antes de entrar a las diez, vendía periódicos en la estación de la RENFE, que eran de un quiosco de la calle Rubio i Ors, cuyo dueño se pasaba a recoger lo recaudado antes de entrar yo a trabajar. Como la venta no me robaba mucho tiempo lo aprovechaba para repasar los periódicos, que me ayudó a adquirir más conocimientos e ir aprendiendo a leer y comprender muchas cosas. Las noticias que más me interesaban eran las que se referían  a la guerra de Abisinia, invadida por los italianos. Allí empecé yo a sentir las primeras sensaciones y rebeldía contra las injusticias, a aborrecer a los que iban por el mundo matando a personas que nada habían hecho, allí se forjó mi espíritu rebelde, sin que nadie me predicara o me dijera nada. Allí en aquel banco de la estación de la RENFE de Cornellá, con sólo 13 años nació, de forma espontánea, un defensor de la justicia y de la libertad.A pesar de los sufrimientos que tuve que padecer en mi juventud, hoy me siento recompensado, porque, al menos en España, es jauja comparado con lo de aquellos tiempos no tan lejanos, por eso no podemos ni debemos olvidar la historia. Era un tiempo donde mi personalidad se forjó, en 1934, cuando ocurrieron los hechos narrados, ya con trece años, los hábitos iban cambiando.  Desde esta fecha hasta el 36 la vida se desarrollaba con normalidad: ya nos reuníamos con chicos y chicas y, entre otras cosas, en verano íbamos a la playa de El Prat caminando, salíamos de Cornellà a media noche, cada uno con su fiambrera y su cantimplora de agua, haciendo del camino una diversión, pero llegó 1936 y con ello la sublevación militar y la guerra. Así cambiamos nuestras diversiones por una verdadera revolución: ir al río a llenar sacos de arena para las barricadas y cuando no hacían falta, a los campos con las mujeres a recolectar los productos que habían quedado abandonados, llevándolos a Can Vallhonrat, donde había instalada la colectividad de los payeses. Todo el mundo colaboraba con entusiasmo, sin cobrar nada, como si fuera una fiesta.Las barricadas se pusieron: una en el Revol Negre, frente al actual EROSKI, otra en el centro de  Cuatre Camins y una tercera en el actual terraplén de la Avda. Del Baix Llobregat. En estas barricadas los milicianos que estaban bien armados, revisaban a todos los vehículos, comprobando los salvoconductos, no dejando pasar a nadie que no estuviera bien identificado.Una mañana ocurrió algo trágico y lamentable: circulaba un coche oficial del consulado de los Estados Unidos, que ya había pasado los otros dos controles, llegó al del terraplén, quizás pensando que ya estaba identificado, pasó de largo sin parar, por lo que los milicianos de guardia les dispararon y mataron a los tres ocupantes. Seguro que el gobierno de la República recibiría las correspondientes quejas, pero a los milicianos no les castigaron, dado que cumplían con las órdenes recibidas.Un día se presentaron en la plaza de la Iglesia dos camiones con milicianos de la CNT- FAI, que venían de Barcelona a quemar la Iglesia, alegando que los milicianos de Cornellá no cumplían con la revolución: Como la puerta de la Iglesia estaba cerrada la abrieron a tiros y entraron dispuestos a cumplir su objetivo, el Mossen salió al balcón pidiendo que no la quemaran, pero la respuesta fue que se metiera en la rectoría pues si no lo iban a matar, y no tuvo más remedio que hacerles caso.Estos dos episodios fueron los más destacados de la revolución en Cornellá. Como los milicianos  estaban dentro de la Iglesia no se percataron de la presencia del Mossen cuando salió al balcón y eso seguro que le salvó la vida. Los milicianos forasteros, una vez forzada la puerta, se dedicaron a disparar contra los santos, y lo que más les divertía a los alambres que sujetaban al techo las lámparas para hacerlas caer. Los milicianos de Cornellá, al oír los disparos subieron corriendo, pero las mujeres les salieron al encuentro para informarles de lo que pasaba y decirles quienes y cuantos eran. Sabedores los de Cornellá de la poca predisposición de la CNT-FAI al diálogo, optaron por esperar a ser un grupo más numeroso y rodear toda la plaza, fue entonces cuando les conminaron a salir de la Iglesia; en principio se mostraron amenazadores, pero al ver tantos milicianos y tanta gente allí congregada, se volvieron más pacíficos y se excusaron alegando que era la única iglesia que no había sido quemada en toda la comarca. Pero les hicieron saber que en Cornellá había un comité revolucionario compuesto por todos los ciudadanos y no necesitaban que nadie de fuera vinieran a decirles lo que tenían que hacer.Mientras en la plaza ocurría todo eso, en el interior de la Iglesia estábamos los más decididos apagando los pequeños fuegos que habían originado y, después, cuando todo quedó en calma, nos dedicamos a sacar todos los bancos, los arcones con ropa y toda clase de objetos que podía ser quemados, depositándolo todo en la plaza, lo recuerdo como si fuera ayer. Todo se puede aprovechar, nos decía el que dirigía la operación: los bancos para la escuela, la tela para que las mujeres hagan vestidos para las más necesitados, y así, con esas arengas, como si fuéramos hormigas, íbamos y veníamos sacando todo lo que podía ser útil. La colectividad que antes he mencionado, se creó con el criterio de que no podía haber jornaleros que trabajaran por cuenta ajena, así pues, a los propietarios de las tierras se les asignó una cantidad de tierra que el conjunto de la familia fuera capaz de cultivar, el resto pasaba a la colectividad. Algunos payeses, cuya familia era de pocos miembros, optaron, para poder atender las labores del campo, como el cultivo, la recolección de los productos, la distribución y muchas otras faenas necesarias para que todo funcione bien, renunciaron a cultivarlas por su cuenta y se incorporaron como socios de la colectividad, aportando la totalidad de sus tierras, excepto algún pequeño huerto para su uso personal.La colectividad montó un mercadillo del conjunto de la masía. Donde ahora está Correos estaban las cuadras y la entrada a la masía se hacía por Mossen Jacinto Verdaguer. En el mercadillo podían abastecerse sólo los socios, pero también abastecía al mercado centro, que era el único que había en Cornellá, también se llevaban frutas y verduras al Borne, en aquel tiempo todo escaseaba por lo que los socios eran unos privilegiados, pues tenían sus raciones seguras sin tener que hacer largas colas.El sindicato de la UGT se instaló en el Patronato, que se declaró Casa del Pueblo. Fue remodelado y en los bajos se habilitaron pequeños cuartos para que cada ramo de actividad sindical tuviera su habitáculo independiente; los jóvenes libertarios se instalaron en Can Maragall, las juventudes socialistas en Can Gaya y así otras organizaciones que no me acuerdo con detalle.A la semana siguiente de estos acontecimientos se reanudó la actividad laboral, pero con muchos cambios: primero, la mayoría de los jóvenes se había marchado al frente de Aragón, formando parte de las centurias que se iban formando organizadas por los partidos políticos; segundo, se reactivó el textil, que era fácil, pues sólo se trataba de poner en marcha las máquinas y seguir con lo que ya estaba preparado; en el vidrio ya no era tan fácil, allí había un encargado de preparar el trabajo que tenían que realizar las diferentes “plaza”,una plaza se componía casi siempre de tres vidrieros y dos aprendices, y cada una era completamente independiente de las demás. El encargado, antes de iniciar la jornada ponía en cada plaza los moldes y las herramientas necesarias para el trabajo a ejecutar. Aquel hombre no intervenía para nada en el trabajo, pero tenía una cierta categoría en la fábrica y era el que controlaba los pedidos y, por tanto el responsable de que se cumplieran. Solo por eso quisieron darle el “paseo”, pero fue alertado por alguien y se atrincheró en su casa, provocando un gran escándalo entre los vecinos y conocidos, por lo que los que fueron para llevárselo tuvieron que desistir de su empeño y, desde aquel momento dormían en su casa dos milicianos del PSUC para protegerlo, uno de ellos era mi padre. También fueron grupos de milicianos, que se relevaban cada varios días, a la abadía de Montserrat para protegerla de los saboteadores.En Abril del 37 se empezó a organizar el ejercito popular y se crearon centros de instrucción para preparar a los futuros soldados, uno de esos centros estaba en Sant Cugat, entonces llamado Pins del Vallés. Como se aceptaban a todos los que quisieran ir, un grupo de las juventudes socialistas nos apuntamos y allí nos enseñaron tácticas de guerrilla, el manejo de diferentes armas y a disparar con ellas, estas armas eran de madera, pero en las practicas se usaban unas de verdad, porque sólo había 8 o 10 para toda la compañía. Así cuando llevábamos unos 40 días, una noche tocaron las trompetas para formar de forma rápida, salimos medio dormidos y subimos en camiones, al subir nos entregaban un fúsil de verdad y cartucheras con munición, tan pronto estaban completos los camiones salieron tres a toda velocidad, los restantes salieron en caravana hacia la estación de Sant Cugat, donde nos esperaba un tren que nos trasladó a la Plaza de Catalunya. De allí nos llevaron por túneles que no conocíamos, hasta que llegamos a la entrada del Hotel Colón, ocupado por las juventudes comunistas, alevines del PSUC.Para cruzar el espacio entre la salida y la puerta del hotel, lo hicimos en grupos de 4 o 5 a toda carrera, como nos habían enseñado en el campamento, lo que hicimos sin novedad, aunque se oían disparos por todas partes, era Els Fets de Maig. Nos distribuyeron por las habitaciones que tenían ventanas con vista a la Ramblas, las cuales estaban protegidas por colchones, los fusiles preparados y el miedo en el cuerpo, esperando órdenes que nunca llegaron. Disparos se oían por las Ramblas, pero nunca vimos quien disparaba. Llegada la noche nos reunieron en la planta baja y por el mismo camino que habíamos llegado fuimos a la estación de los Ferrocarriles de la Generalitat y en un vagón exclusivo volvimos a Sant Cugat, que por no haber camiones volvimos al campamento andando, que no estaba tan lejos.Los que habían salido en los tres primeros camiones aún no habían vuelto, estaban en Sabadell custodiando el aeropuerto. Esa fue toda nuestra participación en aquellos trágicos y vergonzosos acontecimientos.En los siguientes meses del verano y otoño las normalidad sólo se alteraba cuando llegaban las malas noticias de los frentes de Aragón anunciando la muerte de algún vecino del pueblo. Como entonces el pueblo era pequeño, todos nos conocíamos y nadie era ajeno al dolor de las familias.Cuando se acercaba el invierno, otra vez se movilizaron las mujeres. El entonces “Socorro Rojo” lanzó la consigna de recoger prendas de abrigo para los milicianos que estaban por los frentes de Aragón y de Madrid. Como en meses atrás, todo el mundo se volcó en el asunto, entregando lo que tenían y dedicándose por las noches a confeccionar prendas de abrigo, cada mujer hacía lo que sabía, pero orientadas por el Socorro Rojo para que hubieran prendas de las diferentes necesidades. En el Socorro Rojo se podían entregar paquetes para los familiares y para que ellos lo distribuyeran a quienes lo necesitaran.En el otoño del 37 por fin pude salir de la fábrica del vidrio, me destinaron a la colectividad de los payeses y empecé a trabajar en una zona que comprendía campos entre el camino de El Prat y el río. Detallo como funcionaba: cada zona tenía un equipo de hombres fijos, salvo cuando por motivos de recolección había que ayudar a otras zonas, pero siempre provisionalmente, cada zona tenía un responsable de la producción y un listero que controlaba la asistencia al trabajo y decidía los tiempos para iniciar el trabajo, las paradas para fumar y la hora de irse a casa, no obstante, ellos no tenían ningún privilegio, trabajaban como el resto del grupo.A las pocas semanas de yo empezar mi padre se marchó voluntario al frente, quizás ya lo tenía pensado y por eso me llevó para relevarlo, aunque él nunca lo dijo. Después de participar en la toma de Teruel y en la posterior retirada, fue herido gravemente, de lo que murió en un hospital de Alicante, pero ahí no termina el drama: por el mes de Marzo empezaron los bombardeos sin tregua, se iniciaron la construcción de refugios en Cornellá, como supongo que en muchos otros sitios. Los chavales que ya teníamos 17 o 18 años nos pasábamos, a veces casi toda noche en el que se construía bajo el Castell del Bornis y sólo salíamos a respirar cuando estaban bombardeando para ver la luz de los reflectores y la explosión de los antiaéreos y, por la mañana, casi sin dormir, a trabajar.El 28 de Abril llamaron a los nacidos en el 1920, la famosa quinta del biberón, la del 41, nos llevaron en tren hasta Tárrega y de allí a un pueblecito llamado Ciutadilla, durante tres semanas nos enseñaron lo mismo que yo había aprendido en Pins del Vallés, lo único nuevo fueron las bombas de mano: a las tres semanas nos llevaron a un pueblo llamado Oso de Sio, donde una mañana nos hicieron formar sólo con las armas y la munición. Los veteranos de la compañía ya sabían por experiencia que íbamos a entrar en combate ¡pero qué combate!: terrible, horroroso; de la compañía, que éramos más de cien, sólo quedamos unos treinta y algunos heridos que pudieron ser evacuados. Se da la circunstancia que si yo hubiera muerto en aquel combate, sólo me habría anticipado a mi padre en 24 días. ¡Y aún quieren que olvidemos!. A los 28 meses que me martirizaron en un batallón disciplinario, sin apenas comer, sin cobijo para protegernos del frío ni de la lluvia, maltratados de forma inhumana, cuando mi familia fue destruida cuando empezábamos a vivir, cuando mi madre se quedó sólo con dos hijos pequeños de 12 y 9 años, con su madre inválida, con el marido muerto y con un hijo desaparecido en la retirada final. Tardé seis meses en poder hacerle llegar noticias mías por medio de la Cruz Roja suiza. ¿Cómo voy yo a olvidar una tragedia tan grande? Jamás.  Todo eso sin detallar los nueve meses que me pasé en los frentes del Segre y del Ebro, la huída a Francia, cruzando montañas acosados por la artillería y la aviación franquista, pasando hambre y todo tipo de calamidades y la estancia en los campos de refugiados en Francia: Argeles y Agde, en donde el trato no tenía nada de humano, incluso nos escogían como esclavos para ir a trabajar a donde nos necesitaban, pero sin cobrar nada. Con el deseo de huir de allí, me apunté a la Legión Internacional, Ya en plena guerra mundial, dispuesto a ir a Siria, pero cuando descubrieron mi edad, me rechazaron. Después de vuelta a España, al batallón disciplinario, en Algeciras, en Cerro Muriano, sin entrar en los detalles que todavía me ponen los pelos de punta.  No quiero terminar estas memorias sin rendir un póstumo homenaje a una familia que apenas hacía un año que había emigrado a Cornellá que, al principio vivimos unos meses como vecinos, eran siete hermanos y una hermana, de cuyos hijos me hice muy amigo. Tanta fue nuestra amistad que me llamaban hermano. Pues bien, llegada la revolución, los cinco mayores se enrolaron en centuria con destino a Aragón y el que hacía seis se incorporó en la quinta del 41, el único que se quedó tenía 12 años y es el único que aún vive. Esta familia eran los Novarro Treviño, seis hermanos en el frente, en el que murieron dos, uno en Aragón y otro en el Ebro.