Rafael Jiménez García

Mi infancia transcurre como la de la mayoría de los niños de la época que nos tocó vivir en la etapa más negra y dura de la consolidación del franquismo, en donde la población pasó verdadera hambre. Nací el día 21 de enero de 1940 en Agramón provincia de Albacete.

A la edad de seis años entre en la escuela y los profesores nos hacían rezar y cantar todos los días las canciones patrióticas de la falange: “cara al sol”, “yo tenía un camarada”, entre otras muchas.

Con solo once años tuve que salir de la escuela y ponerme a trabajar de aprendiz de mecánico en una fábrica de esparto. A los doce años tuve que acompañar a mi padre a Calasparra de la provincia de Murcia, para ayudarle en su trabajo de fabricación de cañizo. Esta deficiente educación era complementada por la que me proporcionaba mi abuela paterna que era una beata de misa diaria, rosario, novenas y rezos ante de acostarme, hasta que me dormía.

Con mi padre trabajaba todos los días de la semana incluido los domingos por la mañana. Un domingo le dije que quería ir a misa y me contestó: si el cura te da la comida y te paga el cine puedes ir. Este problema era el de la gran mayoría de chicos y de la población pues teníamos que trabajar. Enterado el cura decidió hacer la misa los domingos por la tarde. Yo tenía entonces 16 años y con la mayoría de mis amigos asistíamos a misa.

Por aquel entonces en Calasparra teníamos un cura “progre” que terminada la misa frecuentaba los bares y alternaba con los trabajadores jóvenes y no tan jóvenes, el cual nos animó y ayudó a organizar la J.R.C. (Juventud Rural Católica). Allí empecé a descubrir las injusticias, la solidaridad y el estar al lado de los más humildes, preocupación que no había tenido hasta entonces.

Cuando tenía 18 años mi padre murió y yo continué el negocio de mi padre hasta los 20 años que emigré a Catalunya. En el Prat de Llobregat  empecé a trabajar en la construcción durante un año para a continuación entrar en la Seda de Barcelona, en donde conocí a un compañero que militaba en la J.O.C. (Juventud Obrera Católica). Viví la huelga de 1962 sin participar en nada, aun no tenía suficiente conciencia de cuanto pasaba y a la semana siguiente asistí a una reunión del grupo de la J.O.C. en San Ramón Nonato de Collblanc.

Este amigo tenía más experiencia obrera y políticamente estaba más preparado. No se me olvidará nunca un día en el que me informó de la muerte de Julián Grimau, dándome explicaciones de las torturas que le aplicaron hasta arrojarlo por una ventana del tercer piso y porqué lo habían fusilado.        

De mi infancia y adolescencia hay varias escenas que no se me olvidaran nunca. La primera, un hombre que había salido de la cárcel entre los años 1947-1948 y por el terror que había nadie del pueblo le saludaba. La segunda es que los niños, antes de entrar a la escuela, jugábamos a la pelota en la plaza donde estaba el cuartel de la guardia civil y del mismo, durante dos mañanas, vimos salir a un pastor tambaleándose y sangrando por la boca, nariz y oídos, por ayudar a los guerrilleros facilitándoles alguna que otra vez una oveja. La tercera en mi adolescencia, de un trabajador de una fábrica de esparto que se puso al frente de los trabajadores para pedir aumento de salarios, a los pocos días desapareció y nunca mas lo vimos. Decían de todos ellos que eran comunistas, al igual que los compañeros despedidos a raíz de la huelga de 1962 de la Seda de Barcelona.

Entre los años 1963-1966 estuve vendiendo el periódico de la J.O.C. a los compañeros con más inquietudes sociales, generalmente gente mayor. El único joven que me lo compraba un día me ofreció el “Mundo Obrero” órgano del Partido Comunista de España, lo cual me dio una gran alegría. Mi fe religiosa había decaído bastante aunque continuaba en la J.O.C. porque allí de alguna manera luchaba contra las injusticias. Pero fue en la fábrica donde me desarrolle políticamente ya que algunos de los que me compraban el periódico luego discutían conmigo y con esas discusiones fui aprendiendo. En noviembre de 1964 el joven me invitó a una reunión en la Iglesia de Sant Medir y en ella me encontré con la asamblea constituyente de las CC.OO.

En el año 1965, por mediación de este compañero, ingrese en el P.S.U.C. (Partit Socialista Unificat de Catalunya) con la condición que no abandonara la J.O.C., la cual dejé más tarde porque ya no me encontraba identificado.

En agosto de 1966 tuve que abandonar la Seda de Barcelona en la cual estaba de peón, aun teniendo el titulo de oficial montador eléctrico obtenido en la escuela industrial de Barcelona. El jefe inmediato no solo me rechazó la petición de aumento de categoría sino que me amenazó con que yo distribuía en el interior de la empresa periódicos revolucionarios. El caso lo puse en conocimiento del Jurado de Empresa, en donde figuraban varios falangistas, y al cabo de varios días me dijeron claramente que no tenia nada que hacer.

El año 1966 lo terminé trabajando con un prestamista. En enero de 1967 la dirección del P.S.U.C. me propuso asistir a un cursillo en Alemania y de regreso en el mes de mayo me encuentro envuelto en una escisión del partido llamada la de los “Migueles”. Miguel era el que conectaba el Comité del Prat con el comité central que nos afectó a todos los militantes, lo que supuso un duro golpe para toda la organización del partido en el Prat de Llobregat. Gracias a la intervención de Andrés Márquez se fue recomponiendo de nuevo toda la militancia. Al poco tiempo fui incorporado al comité comarcal en donde asumí la tarea de responsable de propaganda, encargado de toda la distribución de la misma al conjunto de militantes y simpatizantes del P.S.U.C., misión realmente arriesgada pero necesaria. En la actualidad estoy jubilado y afiliado, desde 1998, en el Psuc-viu.