Octavio Cabello Buendia

He cumplido 75 años, y por los antecedentes políticos de mi padre, la dictadura franquista me sometió  a una estrecha vigilancia policial allí donde estuviere. Nací en Marchena (Sevilla) el 14 de abril de 1932, concretamente en el I aniversario de la proclamación de la II República. El calendario católico fija el día de mi santo, que nunca celebro, el 20 de noviembre, día que murió el dictador Franco. A veces el destino ofrece estas casualidades.

Mi padre, José Cabello García, era el secretario del partido socialista, republicano y Jefe de Orden Público de Marchena, pueblo agrícola dominado históricamente por los grandes latifundistas. Los grandes propietarios de tierras, abandonadas sin cultivar, como medidas de presión contra los braceros, los cuales esgrimían sus tablas de reivindicaciones, establecidas por el gobierno de la República, como la jornada de ocho horas, cuando Largo Caballero fue Ministro de Trabajo. Los jornaleros campesinos se concentraban en “los cuatro cantillos”, cruce de las dos calles más importantes de Marchena a la espera de ser contratados. José Cabello García, mi padre, tenía instrucciones del Gobernador Civil para reducir el paro en lo posible, exigiendo el cultivo de las tierras que, desde sus ancestros, eran el medio de ganarse el pan los jornaleros.

Durante siglos la dependencia de los campesinos a la minoría terrateniente era total, lo cual no es difícil imaginar cual era la situación  de precariedad de la gran mayoría de los campesinos del Sur, antes de la proclamación de la II República. La contratación del peonaje agrícola se hacía por los encargados de los propietarios (manijeros), en las plazas de los pueblos donde se concentraban los trabajadores y eran escogidos para trabajar, lo que daba lugar a toda clase de discriminaciones y venganzas personales. El trabajo era de sol a sol sin ningún tipo de subsidio ni seguro para las temporadas en que por razones de recolección o climatológicas no había trabajo.

 Mi padre, casi no podía descansar, pues debía recorrer los campos tomando nota de los terrenos sin cultivar, para ir a “los cuatro cantillos” y distribuir trabajos, indicando quienes y cuantos debían hacerlo. Después, había de comprobarlos y pasar la factura a los terratenientes, quienes se negaban a pagarla por no haberlo contratados ellos. La cuestión acababa en  juicios en los que se dictaminaba que era justo abonar el cultivo realizado ya que:

·        La tierra daría sus frutos para beneficio de los propietarios.

·        Los braceros, no tenían más medio de vida que aquellos trabajos temporales que se le negaban ahora en la República.

Los latifundistas odiaban a mi padre al ejercer las funciones de contratación de los jornaleros. En el llamado bienio negro, donde gobernó la derecha a través de la CEDA, fue destituido de su cargo y desterrado a más de cien kilómetros de Marchena. Durante dos años mi familia vivió en Huelva en una situación de extrema precariedad, lo cual aprovechó mi padre para operarse de una úlcera estomacal.

Con el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, de nuevo nos trasladamos a Marchena,   donde mi padre no fue restituido en el cargo de Jefe de Orden Público. Mi padre desmanteló una de las múltiples provocaciones de los grandes terratenientes. Ayudado por un perro policía que tenía, descubre, en un conato de incendio de una iglesia, al autor, que era el sacristán, quien confiesa que ha sido pagado por otros, al objeto de cargar las culpas a las izquierdas. En poco tiempo, descubre otros incendios en el campo, que quieren cargárselos a él mismo.

El 16 de julio de 1936, el presidente del partido socialista de Marchena, el abogado Mariano Moreno “El Menuo” le indica a mi padre que deben marchar a Portugal para, desde allí tomar un avión rumbo a Méjico, porque era inminente el golpe militar contra la República, y ellos dos estaban en el punto de mira de los sediciosos. Mi padre, decide quedarse y hacer frente al levantamiento, ya que lo considera su obligación.

El 18 de Julio de 1936, la sublevación militar tiene una fuerte resistencia en Marchena y es contenida en principio. Los terratenientes, sabiendo que el Ejército se ha pronunciado a favor del general Queipo de Llano, piden ayuda a la Remonta de Ecija, cuerpo de Caballería situado a unos 36 km. Un destacamento al mando de un capitán, con familiares fascistas en el pueblo, en un par de días se hace con el control de Marchena, sometiendo y encarcelando a los 22 últimos resistentes republicanos, entre ellos a mi padre.

 El 24 de julio de 1936, fallece un sobrino del capitán, como consecuencia de las heridas por balas en los enfrentamientos. Los fascistas deciden vengarse ordenando matar a todos los encarcelados al día siguiente. El trabajo sucio lo hicieron varios falangistas, entre ellos una tal Calderón, quienes concentran a los 22 prisioneros en lo que fue patio de armas de un castillo, y tomando los “naranjeros” de la Guardia Civil, asesinan a todos acribillándolos. Mas adelante, algunos serian premiados ocupando el tal Calderón durante años el cargo de Alcalde y otro de Juez de Marchena.

Los terratenientes no contentos con la masacre acosan a mi familia bajo la consigna de “no ayudarlos, a ver si desaparece toda la casta”. Poco después un falangista intenta matar a José “Bandera”, padre de mi madre, pero lo impiden otros de su bando que apreciaban a mi abuelo. Un día estando solos mí madre y yo, con cuatro años, se presentan en nuestra casa, un falangista y un barbero y amenazándola con una pistola la atan a una silla. El barbero la somete a un rapado de la cabeza y, seguidamente, le dan a beber un pote de aceite de ricino, que mi madre traga mezclado con sus propias lágrimas.

Dos días después, la pasean, junto con otras viudas rapadas, por todo el pueblo, como castigo ejemplar y de  sembrar el terror entre la población civil. Mi madre, analfabeta, con cuatro hijos entre los doce y cuatro años, y otro en el vientre, no tiene dinero ni propiedades, solo un perro policía que perteneció a mi padre. Una hermana suya, simula la compra del perro por quinientas pesetas, y con ese capital, nos subimos en el tren rumbo a  Sevilla. Allá, como no puede hacer otra cosa, nos mete a los cuatro en el hospicio y, ella, se va a la Casa Cuna a trabajar hasta que nazca el hijo póstumo que tiene en gestación. Purificación Buendía se ha convertido, en una más de las muchas mártires, que provocó la feroz represión franquista y por obra y gracia de los asesinos de mi padre. Hasta su muerte arrastraría una vida de sufrimientos y calamidades, de las cuales no la salvaría ni su fe religiosa..

Tiene su hijo en la Casa Cuna de Sevilla, pero fallece antes de cumplir  las dos semanas de vida. Logra encontrar un empleo en un hotel de la Plaza Nueva, en donde trabaja de sol a sol sin contrato alguno de trabajo durante nueve años. Dos de mis hermanos son ingresados en el Manicomio Provincial de Sevilla “Miraflores”; uno, el tercero, afectado de Oligofrenia  morirá  con 42 años; el mayor, con 18 años, con esquizofrenia, cuando había aprendido el oficio de impresor que tendrá que dejar, para trabajar siempre como peón cuando se lo permitía su enfermedad. Durante los 67 años que vivió, fue internado más de veinte veces en distintos manicomios. Mi madre, Purificación, sufrió lo indecible con la mala suerte de su hijo mayor, de quien esperaba una ayuda, para criar a los otros, sacándolos del hospicio. El médico que lo trató, explicó que, como tenía doce años cuando asesinaron a su padre, a quien adoraba, y en la peligrosa edad de la pubertad, sufrió la impotencia de no poderse convertir en el apoyo de su familia, lo que volvió inestable su mente. Yo tuve que hacerme cargo de él, pues cada salida del manicomio, representaba una vuelta a empezar.

Fui el más pequeño de los hermanos, estuve diez años y cinco meses en el hospicio –como una condena-, y sufrí la falta de mis padres, pasé hambre, soporté golpes y castigos, pues, regentado por monjas, estas se descansaban en unos celadores cuyos procedimientos eran las palizas, si no estaban las monjas delante pero, si estaban, daban patadas en la tibia como forma de disimulo. Tengo escrito un libro autobiográfico, al que titulo “El penal de los huérfanos”, sin publicar por falta de editor, en el que relato mi vida en el hospicio. Varios hijos de “rojos” les obligaron a entrar en el Seminario para iniciar los estudios para sacerdote. Yo me negué.

La represión de la dictadura no solo afectó a los que fueron fusilados, los encarcelados, los exiliados, los que cumplieron condenas en los campos de concentración o batallones disciplinarios de trabajadores. Durante un largo periodo de tiempo, una vez terminada la guerra civil, afectó a millones de familias en donde el papel de la mujer fue meritorio para sacar adelante a sus hijos y en donde sufrieron todo tipo de represalias y vejaciones. Franco sumió a nuestro país en la más absoluta miseria económica y cultural en donde, durante casi dos generaciones, los hijos de los que defendieron la legalidad de la República pasamos todo tipo de privaciones y de discriminación. Aún conservo en mi memoria el hambre que pasamos durante la década de los años cuarenta y las largas colas para obtener un plato de sopa caliente en el Auxilio Social de Falange. Fue un autentico exterminio en donde el Caudillo, comenzó y terminó asesinando hasta pocos meses antes de su muerte, el 20 de noviembre de 1975.

Ingresé, el día 8 de enero de 1945, como pre- aprendiz en la Escuela de la Hispano Aviación de Sevilla, en donde la mayoría de profesores eran falangistas y habían  participado en la guerra civil en el bando de Franco. Por medio del practicante Martín de la Puebla de Cazalla, próximo a Marchena, supieron de los antecedentes políticos de mi padre con lo cual, a la más mínima, era objeto de represalias y aún más porque me negué a pertenecer al Frente de Juventudes e ir a los campamentos juveniles, controlados por la Falange Española.

En 1947 entre en la  escuela de la Maestranza de Artillería en donde se cometían toda clase de discriminaciones al darles las mejores calificaciones a los hijos de los adeptos al régimen. Mi espíritu rebelde y contestatario me ocasionó más de un castigo. Finalmente, después de los cuatro cursos, aprobé por los pelos. Me dieron el peor de los destinos, el polvorín, en donde se desmontaban, para su desguace, proyectiles sin explotar de la guerra civil que estaban en muy malas condiciones y te exigían una producción imposible de realizar, con el consiguiente peligro de que explotaran. Ello ocasionó la protesta de los trabajadores a los cuales representé ante el capitán consiguiendo reducir el número de proyectiles a desguazar. A partir de ahí me dieron los peores trabajos.

Vivíamos en la calle Recaredo de Sevilla en una habitación de 3 x 3 metros en la azotea para cuatro personas (mi madre y tres hijos), una cocina a la intemperie sin puerta y el retrete en medio de la azotea para el servicio de cuatro familias sin agua corriente. El único grifo estaba situado a la entrada de la calle.

En 1954 hice el servicio militar en Larache en Regulares de Caballería. Estuve dos meses de escribiente con lo cual pude tener acceso a determinados informes del Servicio Secreto del Ejercito. El que se refería a mi decía textualmente: “por antecedentes políticos en la familia no se le confiará cargo alguno”. Para obtener mayores ingresos, como ayuda a mi familia, solicité el traslado a La Mehala en Sidi Ifni y a Rio Muni pero me lo denegaron. Cuando terminé el servicio militar pedí permiso y autorización para desplazarme a Barcelona pero me lo denegaron por lo que tuve que hacer el viaje sin dinero y sin comer durante dos días, escondiéndome del revisor. Afortunadamente no me detuvieron al ir con el uniforme de soldado.

Una vez en Barcelona, en 1955, solicité entrar en la empresa SEAT, pero me lo denegaron por los antecedentes policiales a pesar de que el Jefe de Control de Calidad, un italiano apellidado Fioretti, me comentó que el examen realizado era excelente. El régimen tenía unos tentáculos muy largos.

En el transcurso del año 1955 entre en contacto con algunos trabajadores de diversas empresas de Pueblo Nuevo. Nos reuníamos en distintos bares, a la hora de almorzar, simulando que jugábamos al dominó y cada cual exponía la situación de su empresa e informaban de la situación de otras. Los domingos nos reuníamos en una chabola de Torre Baró, cambiando informes a través de las consignas procedentes de Radio España Independiente “ La Pirenaica”, de la cual fui corresponsal.      

A últimos de Abril de 1960, la brigada social, comandada por los hermanos Creix, efectuó una gran redada ante la inminente llegada de Franco a Barcelona. Empezaron por los fichados, y se fue ampliando a medida que “cantaban” los sometidos a torturas. Como yo cambiaba de trabajo y de alojamiento con frecuencia, era difícil localizarme, pero un malagueño que me conocía de Montesa, me delató y, el día 3 de mayo de 1960, me detuvieron cuando salía de la fábrica, señalado desde dentro del coche llamado “el pájaro azul” por el delator. Fui trasladado a los sótanos de la Jefatura de la Policía, de la Vía Layetana, pasando por medio de una gran cantidad de personas que esperaban el paso del dictador.

El ministro de la Gobernación, quiso conocer a alguno de los 105 detenidos, y me llevaron ante él. Con su pelo al cepillo y todo blanco, Camilo Alonso Vega “ Don Camulo”, a quien los de la brigada llamaban “El Abuelo”, permanecía callado mientras me interrogaba uno de los Creix me preguntó por qué me metía a conspirador, si yo tenía un buen trabajo y ganaba más que la mayoría de los detenidos. Le respondí que, si el Régimen era católico, debería de saber aquello de “No solo de pan vive el hombre” que dijo Cristo; o sea, que si yo comía bien,  ¿no tenía por qué preocuparme de si otros trabajadores pasaban necesidad con sueldos de miseria? El ministro no dijo nada, y se retiró con los verdugos.

Al día siguiente nos llevaron a La Modelo, a esperar al coronel Eymar, o a su ayudante, el teniente coronel Rojo del Tribunal de Actividades Subversivas. En la misma galería estaba detenido Jordi  Pujol, pero no se relacionaba con nosotros. Como era de rigor, cuando llegó el teniente coronel Rojo para interrogarnos, ya había un acuerdo para inculparse seis o siete, y que liberasen a los demás. Recuerdo que, Rojo, el teniente coronel, dudó en darme la libertad, y que al final me dijo que por qué no me metía en el Sindicato Vertical, y me amenazó de que no cayese en otra redada, porque no me salvaría ni el “Susum Corda”. Me liberaron el día 28 de Mayo.            

En  octubre de 1960  logré reagrupar a mi familia en Barcelona. En la Maternidad me reencontré con una monja y otro, que dejó el Seminario, que habían estado en el hospicio conmigo. Los dos eran de Marchena y sus padres fueron asesinados junto al mío en julio de 1936.

Intenté emigrar a Brasil y, más tarde, a Suiza, porque no encontraba trabajo – en 1960 hubo una crisis laboral grande, que determinó una corriente migratoria hacia Centro Europa y Brasil-, pero, aunque me aprobaban, la policía de lo social  no me dejaba ir. Fui a Jefatura, en la Vía Layetana, y les expuse que si recelaban de mí, sería mejor dejarme marchar al extranjero, pero me dijeron que lo tenían establecido así, y no había nada que hacer.

Después de intentarlo muchas veces, pude colocarme en una empresa de Cornellá, Neyrpic, que era hispano-francesa, porque yo sabía algo de francés. A la vez, me trasladé a vivir en Cornellá en la calle Joan Fenández, de manera que la Brigada Social me perdió la pista, aunque por poco tiempo, pues un año mas tarde, se empezó a editar una revista mensual de la empresa, en la que accedí a colaborar. Yo no sabía que era obligatorio enviar un ejemplar a la policía, y por ahí me encontraron.

Se presentaron en la empresa y preguntaron cómo me comportaba, a la par que pidieron hablar conmigo. Les dije que yo me quería casar, y me había retirado de la política, pero que ellos habían metido la pata, al ponerlos en antecedentes, y para mi perjuicio. Pero bastante que les importaba a ellos. Volvieron varias veces, hasta que la Dirección se enteró, pues de las otras solo lo supo el Jefe de Personal, quien me dijo que quedaría entre nosotros. Y empezaron a aislarme. Llegada unas elecciones en mayo de 1971, acepté ser representante sindical de los técnicos, y la Dirección arreció su acoso, hasta que me tuve que marchar, y pedí una prórroga.

Entré en Carburadores Solex de Sant Andreu de la Barca, como Jefe de Taller de Montajes y, una vez fijo, fui a Neyrpic a decir que renunciaba a la prórroga por estar fijo en otra empresa, cuyo nombre supieron por otra persona. Más adelante, se produjo una huelga en la fábrica, y el Jefe de Producción me mandó expedientar a varias personas, que yo sabía que no habían intervenido, y me negué. La dirección me sometió a interrogatorio, saliendo a relucir que en Cornellá, donde yo vivía, era una zona de conflictos permanentes, y si yo había trabajado en alguna empresa de allí. Tuve que decírselo, y ellos llamaron luego a Neyrpic, los cuales les informaron sobre mí.

Después fui al Bureau Veritas, filial francesa, pero que era un nido del Opus Dei. Me dijeron que hacían el contrato por dos años, pero que era rutinario, pues todos se quedaban fijos luego, pero pidieron informes y, como consecuencia, decidieron aburrirme enviándome a la central nuclear de Ascó y, cuando se cumplieron los dos años, me dijeron que no tenían más trabajo para mí.

En la última empresa que trabajé en Cornellá, Acplas, organicé el Control de la Calidad y, conforme fue creciendo, me dieron más responsabilidades hasta llegar a Encargado General. En las elecciones municipales de 1987, vieron mi nombre en la lista de candidatos por el Partido Socialista, y comenzó de nuevo el acoso y el arrinconamiento. Cuando pedí explicaciones al gerente, solo me dijo que yo les había engañado, pero no me quisieron decir cómo. Le dije que, si me había ido dando cada vez más cargos, no se sentiría engañado. No me contestó, sino que me ofreció dos millones de pesetas por marcharme, y no acepté. Pero la casualidad les favoreció, ya  que me vendían el piso de alquiler que tenía desde 1962. Me pedían dos millones, y como no tenía ahorros,  acepté el despido y pude comprar el piso.

Después, escribí mas de cien solicitudes de trabajo, pero no me respondieron de ninguna, no sé si por mi edad, o por mis antecedentes políticos. Así que el año 1992, me tuve que jubilar con 60 años y el 60 % de la pensión que me hubiera correspondido de haberlo hecho con 65, y tras de trabajar casi cuarenta años.