José Bernete Aguayo (1912-1937)

Por Mª José Bernete Navarro

                                                            (En homenaje a mi tío, el Capitán Chimeno: “Un héroe del Sur”)

Hablar de uno mismo da un cierto pudor, pero si lo haces pensando en que eres la suma de los valores que te han aportado la gente a la  que has querido y  a la que has respetado, es fácil hacerlo.

Yo he vivido casi toda mi vida en el Baix Llobregat. He visto como hemos ido mejorando en infraestructuras, en servicios, en  supuesta calidad de vida pero como hemos ido empeorando en el aspecto que ha sido signo de identidad de esta comarca, la movilización ciudadana, la reivindicación de los derechos de los trabajadores y el movimiento asociacionista y vecinal. Detrás de toda esta lucha para conseguir y consolidar la democracia hay muchas historias de personas venidas de fuera del Baix Llobregat. Emigración económica, que una vez analizada más a fondo, no deja de ser una emigración política. Los que van llegando son los desheredados por la fuerza, los que después de la guerra no fueron capaces de salir de la miseria impuesta por la dictadura en sus pueblos. Ellos vinieron aquí a trabajar muy duro y a construir un espacio de protesta y libertad de la que todos nos acabamos beneficiando. Algunos olvidaron la guerra y la posguerra, ocultaron a sus hijos lo sufrido e intentaron mirar sólo hacia adelante. No se trata de mi caso, yo tuve una abuela que me contó muchas cosas sobre la guerra y la represión que vino después, unos padres que en casa criticaban la dictadura de Franco y unos hermanos que hablaban de política libremente. Crecer en ese ambiente es lo que me ha hecho así.

Desde que era muy pequeña siempre oí hablar del Capitán Chimeno, primo hermano de mi padre, al que siempre sentí como mi tío. Para mi era como el Che Guevara, un revolucionario, un idealista, un ser humano que se compadecía de las miserias ajenas, que luchaba por un mundo más justo, era mi héroe. José Bernete Aguayo, Capitán Chimeno,  marcó la vida de toda mi familia y la de muchas otras de la Colonia de Fuente Palmera en la provincia de Córdoba. Hijo de una familia muy humilde, nació en la aldea de Silillos, Córdoba, en  1912, cuando no había llegado a la adolescencia perdió a su madre y más tarde a dos de sus hermanos pequeños. Trabajaba en un cortijo, vivía en un chozo, era un gran tirador y montaba muy bien a caballo, tenía una mente inquieta y aunque nunca fue al colegio aprendió a leer. Cada vez que caía un periódico en sus manos se daba cuenta de que había otras maneras de vivir, eso y la situación de miseria e injusticia que se vivía a su alrededor le llevaron a intentar cambiar las cosas. En 1933 se tiró al monte con un compañero, con el espíritu romántico de un bandolero, para robar a los ricos y dárselo a los pobres, pero  el primer terrateniente que se encontró en el camino le costó la entrada en el reformatorio de Alcalá de Henares, Madrid. Allí  estuvo hasta 1936 cuando salió en libertad tras la amnistía que decretó el gobierno del Frente Popular, ganador de las elecciones de febrero. En la prisión conoció a muchos presos anarquistas que fueron encarcelados a raíz de la revolución de octubre de 1934, ellos le enseñaron la doctrina libertaria, y durante ese tiempo aprendió a leer mejor y a escribir. Política y educación, sólo le faltaba erradicar el hambre y la injusticia.

Cuando salió de la cárcel volvió a la aldea de Silillos, lo primero que hizo fue liberar a todos los pájaros que se encontraban enjaulados. No tardó en movilizar a los trabajadores enseñándoles todo lo aprendido durante su reclusión. Los jornaleros vieron en él un líder nato al que seguir, era el revulsivo que necesitaba ese caldo de cultivo de miseria para luchar por mejorar su situación. Cuando el fascismo de mano del General Franco perpetró el golpe de estado contra el gobierno elegido democráticamente en las urnas, casi toda la Colonia, exceptuando caciques, señoritos y los serviles,  se volcó en defender la República. Había que defender la esperanza de que los cambios, que habían traído la democracia y el gobierno del Frente Popular, iban a continuar produciéndose, era de justicia que así fuera. José, conocido con el sobrenombre de Chimeno, organizó una caballería y con un grupo numeroso de hombres tomó el cuartel de Fuente Palmera evitando que el golpe de estado triunfara en su ayuntamiento. Con esa misma caballería, a la que cada vez se unían más personas, ayudó a grupos de las poblaciones cercanas a defender los consistorios republicanos. Con sus hombres pudo repeler los primeros ataques lanzados desde Sevilla sobre la Colonia, en uno de ellos, él, montado sobre su caballo y con su pistola del 9 largo, repelió a un camión blindado obligando a parte de la guarnición de Écija a replegarse. El ejército rebelde volvió a intentarlo y lo logró, si no hubiera sido por Chimeno, que avisó a todas las aldeas de la llegada de los fascistas, los muertos y represaliados hubieran sido muchos más de los que fueron. José y sus hombres custodiaron a un grupo de cientos de personas que tuvieron que huir camino de la sierra, un éxodo humano por una carretera de curvas y precipicios que parecía no tener fin. Chimeno se encargó de alimentarlos y de llevarlos a salvo a Zona Roja. Una vez allí siguió su lucha por la sierra cordobesa hasta que decidió unirse a las milicias, integrándose al ejército de la República. Enseguida lo nombraron capitán, teniendo a su mando una de las compañías del Batallón Bautista Garcés, batallón comunista, aunque él era de la CNT. Era un hombre valiente que, guiado por su afán de justicia, no temía a nada en la batalla, sus hombres lo adoraban y lo seguían, él siempre iba en cabeza. Dos de sus hermanos pequeños también estaban con él, Antonio, teniente, y Francisco.

Un día de septiembre de 1937, cuando contaba con 25 años de edad, al atardecer, un hombre venido de fuera apareció en el frente y preguntó por ese tan valiente al que llaman Chimeno, José se identificó y le preguntó que qué quería, a lo que el otro le respondió que quería saber si era capaz de tomar un cerro próximo, el Mulva. José no se lo pensó dos veces, y junto a su comisario salió con dos tanques, tras los que avanzaron parapetados, a cumplir su misión. Al llegar a los nidos de ametralladoras fascistas, el tanque que protegía a mi tío se hizo a un lado dejándolo al descubierto, el fuego enemigo lo arrasó. Su comisario al verlo en el suelo fue a rescatarlo, se lo cargó al hombro pero las ametralladoras pudieron también con él. Toda la compañía tuvo que atacar para recuperar sus cuerpos, no podían permitir que los golpistas se hicieran con el cadáver del Chimeno, al que el mismo Queipo de Llano había puesto precio a su cabeza. Todos dijeron siempre que Chimeno fue traicionado y vendido. Un capitán tan joven, un líder sindicalista, una persona tan responsable, seria y madura para su edad, que dejó su vida luchando por un sistema más justo y por un marco de libertades donde la educación fuera un bien para todos y el hambre una lacra desterrada. Un “Héroe del Sur” como lo catalogó el poeta de la Generación del 27, Pedro Garfías, quien le dedicó un bonito poema.

Su entierro fue todo un acto multitudinario en Villanueva de Córdoba, el General Pérez Salas lo nombró comandante a título póstumo. Las enfermeras llevaban coronas de flores, la banda de música interpretó la Internacional y su viuda embarazada, a pocos meses de dar a luz, lloraba tras su féretro. Mi madre este año me ha explicado que cuando lo mataron llevaba en la guerrera un gorrito rosa que era para cuando naciera su niña,  deseaba que fuera niña y que se llamara Dolores en recuerdo a su madre, pero se llamó Josefa en honor a su padre. Al acabar la guerra algunos falangistas resentidos intentaron profanar su tumba pero la persona responsable del cementerio lo impidió diciéndoles que había que respetar a los muertos, en un tiempo donde nada se respetó.

De vuelta al pueblo, mi familia se encontró con el expolio, les habían robado todo lo que dejaron allí, sólo estaban las paredes de la casa. Luego vino el encarcelamiento de los hombres. Mi bisabuelo materno porque un cacique lo vio votar en blanco, mi tío abuelo materno porque era tío del Chimeno, mi abuelo paterno por eso y por haber sido el presidente del comité de guerra de los Silillos, mi tío abuelo por ser el padre de Chimeno. Éste fue el que más tiempo estuvo en prisión, en Sevilla,  y el que sufrió las peores palizas y vejaciones,  por un montón de mentiras que pude leer en su consejo de guerra, al que he tenido acceso recientemente. Todos sufrieron golpes y humillaciones, los que se quedaron en Córdoba se libraron del hambre porque en casa las mujeres de la familia la pasaron para que ellos comieran. Mi madre con 9 años andaba 30 kilómetros diarios entre idas y vueltas, se sentaba en los escalones de la prisión y no le daba la comida a los guardias hasta que no la dejaban pasar, para comprobar con sus propios ojos que eran sus familiares los destinatarios de su esfuerzo. Qué miedo pasaba cuando volvía de noche a casa campo a través. Mi madre, una mujer que ha luchado toda la vida, que ha trabajado sin descanso para que sus hijos no vivieran experiencias tan amargas como la suya, fue una niña que pasó una guerra. En Pozoblanco, donde estaba refugiada, bombardeaban cada día, la gente la bautizó como Pozonegro. Ella sabe lo que es ver un avión volando bajo, lanzando bombas y tener que tirarse a una cuneta para no ser alcanzada, lo que es ver pasar una lluvia de proyectiles por delante de su cara, lo que es el hambre, el miedo, lo que es ver montañas de muertos, de cuerpos sin vida quemados. Ahora sus recuerdos de infancia vienen a visitarla con más asiduidad y cada día me sorprende con una historia nueva. Hace poco me explicó que al acabar la guerra, de vuelta a su casa, Ana, una mujer de su pueblo, se paraba ante cada muerto que se encontraba en la cuneta y le daba la vuelta para ver si se trataba de su marido desaparecido en el frente. Cuando comprobaba que no era él, no sentía alivio, ella sabía que estaba muerto y lo único que quería era su cuerpo para llorarle y no tener que añorarlo toda la vida.

Luego más tarde, en los años 60, cuando el partido comunista se estaba rehaciendo en aquella zona, un delator informó sobre una de las células y la gente empezó a caer, dos tíos paternos míos cayeron en aquella redada. Hace poco mi prima me enseñó una foto con su padre el día de la Merced en la prisión de Córdoba y me habló del dolor que le causó todo aquello. Mis tíos recibieron una indemnización por su estancia en la cárcel, mi abuelo Manuel, mi bisabuelo José, mi tío abuelo Pedro, murieron antes de recibir ni una peseta, ni reconocimiento alguno por el sufrimiento pasado. El Capitán Chimeno tiene una placa en un parque que lleva su nombre y que hicieron los trabajadores de su pueblo a principios de los años 80, entonces aún estaba la memoria viva y todos lo recordaban con  cariño y orgullo, algunos con desprecio pues la placa en su memoria la rompieron varias veces.

Me siento en la obligación moral de honrar a estas personas, me siento heredera de su lucha,  por eso me dedico a investigar y a trabajar en la Recuperación de la Memoria de la II República, se lo debo a todos ellos. Hasta que la nulidad de los juicios sumarísimos no se haga plena, hasta que no se abran los archivos a todos los ciudadanos, hasta que no quede un muerto en ninguna fosa sin identificar, hasta que no haya un familiar que no sepa donde buscar a sus seres queridos, hasta que no se puedan conocer y publicar los nombres de los asesinos tal como se saben los nombres de sus víctimas, hasta que no se haga una condena expresa del franquismo, hasta que verdaderamente seamos un país democrático, hasta que volvamos a ser una República, seguiré trabajando. No se trata de venganza, como dicen algunos, simplemente de justicia.