JORDI IZQUIERDO MORENOUn tiempo que nos ayudó a ser como somos. Advierto de entrada, que escribo este relato motivado por el amigo Paco Ruiz que, de forma más que insistente, quiere que deje constancia de la lucha del barrio de Sant Cosme, como uno de los más claros ejemplos del esfuerzo colectivo por mejorar las condiciones de vida de las familias trabajadoras, unido a la conquista de la libertad y la democracia en nuestro país. Pero es evidente, que yo no voy a poder plasmar, ni aunque sea de forma sintética, la historia de esta lucha, ni mucho menos el contexto en el que se desarrollaron lo primeros años de mi vida, y que ya ha sido relatado suficientemente por quienes tienen mejores conocimientos para escribir la historia. Al contrario, el lector debe de saber que se trata simplemente del breve testimonio de uno de los peatones de esta historia, de algunos momentos y vivencias personales, de unas circunstancias y un tiempo que nos ayudaron, sin duda, a ser como somos. Pero quizás empecemos por el principio. Yo nací el 6 de junio de 1955 en la Maternidad de Barcelona. Fui el menor de seis hermanos. Después nacería mi hermana Montse (“la niña”, como la llamo yo cariñosamente) Mi familia, como otras tantas, había emigrado de Porcuna y Torredelcampo (Jaén) en busca de mejores condiciones de vida y perspectivas de futuro. Nosotros vivíamos en un pequeño núcleo de barracas situado en L'Hospitalet de Llobregat, entre el actual Hospital General (Cruz Roja) y el inicio de la calles Aigües de Llobregat. Exactamente, en la hoy inexistente calle Virgen de Nuria barraca, número 5. Lo sé porque ese era el remitente que mi madre nos hacía poner cuando escribíamos las cartas a dos de sus hermanas que vivían en el sur de Francia. Me crié entre campos, con árboles frutales, habas, higueras y viñedos. Fue una infancia de carencias, pero feliz, gracias sobre todo a los esfuerzos de mi madre. Hay dos momentos que de una forma clara retengo en mi memoria. El primero es una de las visitas de Franco a Barcelona. La gente agolpada a ambos lados de la Diagonal. Nosotros junto a mi madre y mi hermano Víctor, que tenía unos 9 años. Él se adelantó al paso del vehículo oficial y llegó a picar en el cristal del coche. No le dejaron más. Mientras el guardia de franco, con la boina roja, le retenía, no paraba de gritar que quería entregar una carta de su madre para pedir un piso. El otro momento es en la barraca de una vecina, nosotros de rodillas, frente al aparato de radio, recibiendo la bendición apostólica de Juan XXIII - el Papa bueno que siempre he recordado y admirado - con motivo del inicio del Concilio Vaticano II. A falta de colegios, estudié en la Academia Amod de la calle Covadonga. Era de un capitán retirado del ejército. A pesar de lo que se pudiera pensar, me libré de cantar “el Cara al Sol” y otras cosas por el estilo, pero no de hacer “los primeros viernes” de mes en la parroquia: cada primero de mes, durante nueve meses, se debía confesar y comulgar para obtener indulgencias plenarias. Mossen Josep Masdeu, el párroco, era un hombre abierto y comprometido con los más desfavorecidos. Recuerdo la procesión matutina de una semana santa, de monaguillos mi hermano Carlos y yo, en la que participaban también las autoridades. Había llovido. El cura fue cambiando el recorrido y fuimos por las calles convertidas en un barrizal. En el sermón final dejó bien claro que Jesucristo recorrió con gran sufrimiento el camino del Gólgota, donde lo iban a crucificar, que no tenía nada que envidiar a las calles por las que habíamos pasado. Todos estábamos de barro hasta las rodillas. A los trece años, después de cursar el primero de bachillerato en la Academia Amapola, entré en el Seminario Menor Diocesano de La Conrería de Badalona y nos trasladamos a vivir al barrio de Sant Cosme del Prat de Llobregat. Estos dos acontecimientos han marcado sin duda mi vida. Mi entrada en el seminario fue gracias a una beca de la familia Poyatos. En los cinco años que estuve allí pude vivir mi vocación religiosa, formarme y leer. Hay tres libros de los que, por motivos diversos, aún retengo su título en mi memoria: “Suecia: infierno y paraíso”, que hablaba del estado de bienestar y la socialdemocracia; “El precio de mi alma” de Bernardette Devlim sobre la lucha de Irlanda del Norte; y, sobre todo, “Yo creo en la esperanza” del jesuita José Maria Diez-Alegría sobre la vivencia personal de la fe y la iglesia. Este último libro me ayudó posteriormente a optar por vivir mi fe cristiana a pesar de las estructuras de poder de la Iglesia. El traslado a Sant Cosme, a finales de 1967, lo hicimos en el camión con el que trabajaba mi padre. Al pasar por lo que luego supe que era Bellvitge, el alma se nos cayó a los pies. Eran moles de bloques de pisos con un aspecto más bien lúgubre. Por suerte, nuestro barrio no resultó ser como aquel: eran edificios de dos plantas, con escaleras de dos pisos por planta, calles anchas y asfaltadas, con farolas y árboles... Creíamos estar soñando. Pero el sueño se fue desvaneciendo demasiado pronto. Nos habían trasladado en lugar de pisos a “barracas verticales”. Según relataba el escritor Franscico Candel, que siempre nos ayudó, “Sant Cosme era un dantesco infierno de calamidades: sótanos llenos de aguas putrefactas, fachadas rajadas de arriba abajo, cimientos que cedían, goteras, grietas en las paredes medianeras por donde pasaba la mano, ratas como conejos corriendo por los cielorrasos...”. Había que dar una respuesta. A finales de 1969 los vecinos de Sant Cosme, junto a los de Cinco Rosas en Sant Boi y Pomar en Badalona - barrios construidos por la Obra Sindical del Hogar (OSH) del sindicato vertical para erradicar el barraquismo del cinturón de Barcelona - empezamos una huelga de alquileres. Recuerdo haber presenciado alguna de aquellas reuniones en el sótano de la iglesia, promovidas por Rafael Fusteros y haberlo acompañado, casi con pantalón corto, a otras en la iglesia de Cinco Rosas en Sant Boi. Nació la confianza entre los vecinos del barrio y se creó en 1972 la Asociación de Vecinos (con el nombre de Sant Damián), iniciándose así la lucha por la remodelación. Rafael Fusteros se convirtió en el primer presidente de la Asociación de Vecinos y fue el líder del barrio en unos tiempos de clandestinidad y dificultades. Aún hoy no se le ha dedicado en Sant Cosme ningún espacio en reconocimiento de su gran labor. A los catorce años empecé a combinar mi vida en el seminario con mis actividades los sábados en el barrio y mi trabajo de camarero los domingos. Mi padre se había ido de casa y todos teníamos que ayudar. A la edad de dieciocho años dejé el seminario pensando en volver después a estudiar Teología. Hice COU en el colegio Xaloc del Opus Dei de Hospitalet, combinando los estudios con mi trabajo de camarero por las mañanas. Durante el curso, en clase de lingüística, basé la exposición de mi tema sobre el proceso selectivo y de marginación que tienen los hijos de los obreros desde que nacen. Al final de mi intervención anuncié la movilización del día siguiente contra las pruebas de selectividad de acceso a la Universidad que se quería implantar en los cursos venideros. Yo aquel día no fui a clase y me dediqué con otra gente a participar en el paro del Instituto del Prat. Mi sorpresa fue mayúscula cuando me explicaron que un estudiante de mi curso volvió a plantear el tema y se paró el inicio de las clases de 6º y COU. Los alumnos sólo accedieron a entrar, una hora después, cuando nos amenazaron de expulsión a los dos. Lamenté no haber estado, pero ¡quién podía pensar que el Xaloc pararía!. El contacto directo con esta parte de la iglesia – fría, metódica y sectaria - me hizo comprender que era mucho mejor no volver al seminario y dedicar mis energías a contribuir en la transformación de nuestro entorno, en la lucha por una sociedad más justa y solidaria en la que ya estaba inmerso. A partir de mi salida del seminario, en 1973, mi implicación en el barrio fue aún mayor. Estuvo centrada inicialmente en torno a la actividad en la parroquia: las reuniones de la Juventud Obrera Cristiana (JOC); las actividades del grupo de jóvenes JUSAC (Juventud Sant Cosme) y, sobre todo, la creación del grupo de esplai del barrio, que había sido iniciado un año antes por jóvenes procedentes de los capuchinos de Sarriá, y que se llamó, en los primeros años, Grupo Infantil Cristiano. Después, cuando la iglesia ya no hacía tanto de arropo y se fue clarificando el papel de cada uno, la entidad abandonó la parroquia, se instaló en cuatro locales comerciales y adoptó el nombre que ha tenido hasta hoy: Grup Infantil Sant Cosme, centre d’esplai (GISC). Después de la primeras elecciones municipales, gracias al empeño de la concejala de juventud del Ayuntamiento del Prat, Pilar Yagüe, se realizaron las actividades cada día, desarrollando el modelo de entidad de esplai diario que combina la profesionalidad y el voluntariado, y creamos el Casal de la Joventut de Sant Cosme. Todo ello se fue consolidando con la fundación del Moviment Educatiu en el Temps Lliure Infantil i Juvenil del Baix Llobregat (MOVIBAIX) junto a muchas otras personas de la comarca. El GISC ha sido una de las experiencias más maravillosas de mi vida. La educación es la base sólida sobre la que se debe sostener nuestra sociedad, que será en gran parte según como sean sus ciudadanos. Pero el esplai ha sido y es hoy también uno de los puntos de referencia más importantes del barrio. Un esfuerzo colectivo realizado a lo largo del tiempo por muchas personas, entre los que cabe citar a los hermanos Diego y Juani Murciano, Pepi y Conchi Ruiz, Salva y Juan Luis Sanz, y a Gaspar Sánchez, Paco Ribera, Manuel García, Quique García, Manolo Lerma y Juan Antonio Heredia “el Tete”. Por él han pasado miles de niños, niñas y jóvenes a los que hemos querido educar en libertad, haciendo bandera de valores como, el esfuerzo, el compromiso, la solidaridad y la amistad. No creo que fuera una utopía. Siempre he pensado que aquellos que pasaron por la entidad han sido en la vida lo que han conseguido gracias a su esfuerzo, pero no dudo que su paso por el esplai ha tenido algo que ver. Y no lo digo sólo yo, lo dicen ellos también. A mediados de 1974 entré a trabajar en Focolor. Era un laboratorio de fotografía de la cadena alemana Heinze, con unos 130 trabajadores, la mayoría mujeres jóvenes. Allí coincidí en el turno de noche con José Maria Ginabreda, Jordi Rodríguez y José Pérez Moya, que me facilitaron el ingreso en la Joventut Comunista de Catalunya. También con ellos iniciamos la actividad sindical en esta empresa, de la que fui delegado sindical de Comisiones Obreras en las primeras elecciones sindicales de 1978 hasta mi marcha. Guardo como un recuerdo muy íntimo la gran foto de la plantilla que me regalaron, directivos incluidos, cuando cambié de actividad, unos nueve años después de haber empezado. En septiembre de 1974 me matriculé en la Facultad de Derecho de la Universidad de Barcelona. Fui elegido delegado del primer curso de tarde y participé, junto con los otros representantes, en la primera reunión de la Junta de la Facultad donde se permitía la presencia de estudiantes. Al finalizar el curso dejé el cargo y después, al año siguiente, la facultad. Eran tiempos de la transición española y de lucha decisiva en el barrio de Sant Cosme y no habia más remedio que poner toda la carne en el asador. Tal como he dicho ya, a finales de 1974 ingresé en la JCC y a primeros del 1977, al ser escogido secretario local de esta organización, accedí al comité local del PSUC. Ya desde un buen principio de mi militancia se me empezó a llamar “el curita”. Creo que lo inició el compañero Antonio Palma y luego le secundaron Bernabé Blanco y Francisco Castillejos, “el paisano”. Nunca les pregunté por qué me lo pusieron, pero me quedé para siempre con el mote. Sin duda no fue sólo por el haber pasado por el seminario, tenía que ver también con la evidencia de que era mi fe cristiana la que me motivaba a militar en política. El ser “marxista en la iglesia y cristiano en el partido” que Alfons Carles Comín y Joan N. Garcia-Nieto “Nepo” habían puesto en práctica y teorizado. Por mis estudios me tocó varias veces ser presidente de mesa en las diferentes consultas electorales de esos años. Al finalizar el recuento, la guardia civil nos llevaba en el Land Rover al juzgado para entregar los resultados. La primera de ellas, le comenté al compañero que llevaba al lado: ”¿Te imaginas el final que nos esperaría, si hubiésemos ido aquí dentro hace muy poco tiempo?”. Estos fueron tiempos vertiginosos en lo político: campañas a favor de los derechos de los jóvenes, movilizaciones por todo o casi todo, huelgas, tenderetes, reuniones, actos, salida a la luz pública..... Entre mis recuerdos están el ver algunos obreros de la Seda de Barcelona que entraban con botellas de cava bajo el brazo para celebrar la muerte del dictador; la tristeza y la rabia en el asesinato de los abogados de CC.OO. de Madrid; la alegría y el júbilo con la legalización del PSUC y el PCE; el cartel de las primeras elecciones con el lema: “mis manos mi capital, PSUC mi partido” y la imagen de aquel obrero enseñando sus manos; la fiesta del partido en la pineda de Gavà donde pudimos vivir, tal como cantaba Raimon, que “erem molts més del que ells volen i diuen”; el peso de la responsabilidad histórica al votar que sí en la aprobación de la Constitución que no era republicana; y yo en mi moto Derbi Variant, con la bandera roja y la guitarra en bandolera, iniciando plaza a plaza los actos de la campaña de las primeras elecciones municipales, en las que el triunfo del PSUC hizo posible que Antonio Martín fuera alcalde del Prat. Pero está muy claro que la militancia política sólo tiene sentido si va unida al compromiso de lo más inmediato, lo más concreto. En mi caso, no había ninguna duda: era Sant Cosme, mi barrio. La lucha de Sant Cosme por su remodelación - “Por una vivienda digna y un barrio mejor” - que se había iniciado en la huelga de alquileres, da un giro vertiginoso a mitad de los años setenta. El procurador a las Cortes Generales, Eduardo Tarragona, a instancias de los vecinos de Sant Cosme, pidió en 1974 responsabilidades al gobierno, que le respondió que se trataba de “albergues provisionales”. Y después de todo un año, en el que se quería trasladar a los vecinos a unas nuevas viviendas del barrio que también están en malas condiciones, en febrero de 1976, el primer Consejo de Ministros celebrado después de la muerte del dictador, y que presidió el Rey en Barcelona, aprobó la remodelación del barrio por trámite de urgencia. A partir de aquí, de estos cinco años dedicados a que se reconociera el estado ruinoso de las viviendas, se inicia otro proceso de incertidumbres con el Ministerio de la Vivienda de Madrid sobre el cómo y el quién debe realizar la remodelación. De este período que se alarga casi seis años, hasta la entrega de la primera fase de vivienda, sólo quiero destacar algunas vivencias. Debo indicar antes de continuar, que para mejor información existen dos libros que recogen mejor esta historia: “Por debajo del vuelo” de Isabel Gracia y Nuria Clares que fue editado por la Asociación de Vecinos; y “Sant Cosme” de Pere Rios, editado por la Generalitat de Catalunya en la colección “Els barris d’Adigsa”. Aunque creo que falta aún por profundizar en el valor pedagógico y la transformación colectiva que el proceso de remodelación supuso para todos nosotros. El gran tema de Sant Cosme no es sólo la remodelación de las viviendas, si no el cambio que ello produce en las personas. Cuando luchábamos para transformar nuestro entorno, a la vez, nos transformábamos nosotros también. Pasamos de la marginación a ser ciudadanos de pleno derecho. La participación nos convirtió en auténticos protagonistas de nuestra historia. Y la clave estuvo en la unidad de todo el barrio, en la participación, en la movilización y en el liderazgo indiscutible de la Asociación de Vecinos en todo el proceso. Pero también estuvo en las propuestas técnicas viables elaboradas por el equipo de arquitectos de Paco Calbet y Francesc Gruartmoner, que desde el inicio hasta el final estuvieron comprometidos como un vecino más. En 1976 se hizo una exposición sobre el Plan de Remodelación y los vecinos empezamos a construir en una plaza un piso piloto para poder debatir, al año siguiente, las dimensiones y la distribución de nuestras nuevas viviendas. Fue un proceso de democracia participativa ejemplar. Recuerdo que uno de los debates estrella era ver si se primaba las dimensiones del cuarto de matrimonio, “para que pudiera caber el armario”, o la sala comedor donde convivía la familia. Ganó esta última propuesta. Otro ejemplo claro de democracia participativa fue, más adelante, la manera de adjudicar las nuevas viviendas. Se reunía a los vecinos por bloques, se les preguntaba si querían seguir viviendo juntos en las nuevas viviendas y podían ponerse de acuerdo en como distribuirlas. Las plantas bajas eran reservadas para las personas mayores o con deficiencias para evitar que subieran escaleras. En fin, se hablaba entre los vecinos de todos criterios y se fomentaba así la convivencia. En Octubre de 1977 se hundió el techo de un parvulario por la lluvia. Ante la posible pérdida de estas plazas escolares por desidia de la Administración, maestros y representantes de los vecinos protagonizaron un encierro en el colegio Sant Cosme y Sant Damián que duró una semana y fue desalojado por la Guardia Civil. Recuerdo que fuera nos quedamos un grupo de mujeres y yo para organizar las manifestaciones de apoyo y que al final de encierro, por consejo de un amigo, me tuvo que ir de excursión un par de días a Begues “para no estar a mano, por si acaso”. Unos días después acompañé al Alcalde del Prat a Madrid a negociar otras nuevas aulas. Las asambleas explicativas multitudinarias en la iglesia se simultaneaban con la ocupación masiva de la carretera del aeropuerto “para que los aviones llegaran vacíos a Madrid y así se enteraran”. En la negociación política se combinaban las visitas a Madrid, al Instituto Nacional de la Vivienda (INV), con la interpelación parlamentaria que Josep Maria Riera en nombre del PSUC hizo en el Congreso de Diputados en 1978 – año que resultó crucial para conseguir la aprobación del proyecto ya redactado y que los ministros de la UCD demoraban – y también con la presión directa de las manifestaciones. Recuerdo la manifestación que se convocó ese mismo año coincidiendo con la visita del President Tarradellas a la ciudad. Las autoridades querían que no se llevara a cabo. El gobernador civil, José Mª Belloch, no nos quiso recibir y tuvimos una tensa reunión el presidente de la Asociación de Vecinos Pepín Fernández y yo con el subgobernador civil, Sr. Ferrer. Aún tengo grabado en la memoria el golpe que este dio en la mesa cuando le dije que la manifestación se llevaría a cabo. Pepín, con el que compartí muchos momentos, vivencias y estrategias, muy hábilmente le preguntó si fumaba, le ofreció un purito y empezó a contarle la historia del barrio, tan detalladamente que aceptó que la manifestación se hiciera con alguna pequeña variación en el recorrido, yo creo que también por no oírnos más tiempo. En 1979 se aprueba en el BOE la primera fase de la Remodelación. A finales de ese año me casé con Pilar y nos fuimos a vivir, junto con otros jóvenes del barrio, a un edifico de la zona de las 801, donde la problemática de marginación era total. Allí empezó otro periplo personal, incluidas las amenazas de muerte de “las mafias”, cuando Molina y yo recogíamos los datos de las personas que habían ocupado las viviendas para legalizar la situación. El tema de las 801 daría para un libro. El día de Reyes de 1980 me fui al servicio militar y me licencié el día del golpe de estado en febrero de 1981. No voy a referirme ni a aquella noche, ni a la escisión que vino después del V Congreso del PSUC celebrado a principios de ese año, ya que estoy alargando este relato sólo por el tema del barrio. A la vuelta de la “mili”, las obras de las primeras 418 viviendas se estaban finalizando pero el proceso negociador de cómo acceder a la vivienda estaba paralizado. El diputado José Mª Riera, al que ya he hecho mención anteriormente, consiguió que tuviéramos una entrevista con el Ministro de Obras Públicas y Urbanismo, el Sr. Luis Ortiz. Este recibió de pie y con prisas a la amplia delegación de los vecinos y el Ayuntamiento ¡con el tiempo que habíamos esperado esta entrevista!. Se le consiguió sentar y aprobó la fórmula de “pelo a pelo”, piso por piso, sin entrada y con años suficientes para su pago según las posibilidades de los vecinos. Cuando se le dijo que su Director General no estaría de acuerdo, contestó gravemente: ”¡Oiga!, ¿aquí quien es el Ministro?” Le contesté que él, por supuesto. El Director General dimitió al poco tiempo. A finales de 1981 anuncié a los miembros de la Asociación de Vecinos que me iría del barrio, una vez concluido el proceso de negociación del traslado de los pisos. Y así lo hice pocos días antes de que se inaugurara la primera fase el 5 de junio de 1982, entregando el piso al Ayuntamiento para que lo adjudicara a otra persona. Los motivos de mi marcha no vienen ahora al caso. Quiero reseñar finalmente, que en diciembre de 1981 murió en accidente de coche mi buen amigo Antonio Martín, Alcalde del Prat, y que le sucedió en el cargo Lluis Tejedor, también buen amigo. Y que la remodelación total del barrio se acabó en el año 2005. Hasta aquí el relato. Por si es de interés del lector, quiero dejar constancia de que sigo ligado al compromiso con mi barrio, como presidente del GISC y miembro del Consell de Participació Veïnal; que estoy plenamente identificado con la ciudad donde vivimos mi compañera Elisa y yo, Cornellà de Llobregat, esforzándome en contribuir a su desarrollo desde mi trabajo en el Ayuntamiento; y que milito en la Fundación Utopía Joan N García-Nieto, en la defensa de los valores en los que siempre he creído. |